lunes, mayo 4

Constitución Interna del Hombre en el Antiguo Egipto 01

Constitución Interna del Hombre en el Antiguo Egipto


Existen muchas discusiones acerca de los posibles componentes del hombre. Los documentos de los que se disponen, pertenecientes a distintas épocas, reflejan visiones variadas, de acuerdo al énfasis en las creencias que se otorgaba en cada periodo. Pero antes de empezar a discutir dichos componentes habría que hacer una primera distinción. Existen 4 posibles estados, al menos, con los que podríamos describir a un hombre:

    • Un hombre vivo.
    • Un hombre muerto.
    • Un hombre momificado.
    • Un iniciado u Osiris vivo.

Por consiguiente la descripción de sus constituyentes variará de acuerdo a quien nos estemos refiriendo. El error más común que se comete al intentar aproximar el tema, es el de ignorar que los textos a veces se refieren a un osirificado vivo o iniciado, otras a un momificado y otras veces a un ser vivo normal, así a veces se habla del cuerpo glorificado, que no tiene nada que ver por ejemplo con el que veremos a continuación. En diferentes artículos describiremos los diversos aspectos que constituyen al hombre siguiendo los conceptos egipcios.

El Cuerpo

Jeroglífico que representa el cuerpo
Si una civilización del futuro sólo excavase nuestros cementerios y catedrales, llegaría a una visión un tanto distorsionada de nuestro mundo, casi funeraria. Eso es lo que ha ocurrido con el Antiguo Egipto. Una civilización llena de alegría y vida, y al mismo tiempo de un profundo sentido religioso, aunque no clerical como se nos quiere hacer ver, es recordada paradójicamente por sus muertos. 


Tumbas que fueron pensadas para no ser abiertas nunca, llenas de color y vida en medio de la muerte, cuerpos santificados, transfigurados en belleza eterna, quedaron convertidos en trozos carbonizados a la vista de todos, destripados de sus vendas, y de la dignidad que les correspondía. Una danza macabra de esqueletos traídos y llevados ante las miradas de millones de personas que solo ven el horror, identificándolo en sus mentes con la oscuridad del pasado, cuando precisamente ese horror era el que los egipcios con todas sus técnicas y ceremonial trataron de evitar.

¿Qué pensaríamos si supiéramos que todos los cuerpos de santos que se acumulan en nuestras iglesias fueran expuestos, desposeídos de todo, en las frías vitrinas de algún museo del lejano futuro?

Nada hubiera disgustado más a los antiguos egipcios que la idea de que la preservación de sus cuerpos tenía como objeto algún tipo de resurrección. De una vez por todas, digámoslo claro: su idea del más allá era totalmente espiritual. Su afán era llegar a convertirse en seres de luz, viviendo en la luz, contemplando a Ra, la esencia divina manifestada en la Luz del Sol. 

Así Osiris, el candidato iniciado, al llegar al más allá, y encontrarlo vacío de las cosas que él conocía en la tierra, le pregunta a Atum, el dios sol en el origen y final de los tiempos:

“-Osiris N: ¡Oh Atum! ¿Cómo es que viajo por un desierto que no tiene agua ni aire, que es profundo, oscuro e impenetrable?
-Atum: Quienes viven en él tienen paz en el corazón.
-Osiris N: pero carecen de las alegrías del amor...
-Atum : Te he dado un espíritu glorioso en lugar del agua, del aire y las alegrías del amor, y paz en el corazón en lugar de pan y cerveza. No sientas pena por ti mismo, porque no permitiré que carezcas.”
De esta forma describe Atum el mundo del más allá. A pesar de ello se sigue insistiendo que el paraíso de los egipcios era una imitación del mundo de abajo, y que allí se araba y cultivaba como en la tierra ¿¡Qué clase de paraíso era ese en el que se seguía trabajando duramente, incluso el faraón?!

En realidad se trata de una alegoría, porque para el egipcio, verdaderamente el paraíso era un lugar de trabajo, pero no de tipo material, sino de actividad y producción espiritual. El trigo que se describe creciendo en el paraíso tiene 7 codos de alto (el siete otra vez) pues se trata de un trigo arquetípico, que representa el de los frutos espirituales. 

¿Acaso no se ven, en muchas representaciones bíblicas y en las vidrieras de nuestras catedrales, las espigas de trigo y los racimos de uva? Las ofrendas del egipcio no eran materiales, sino de otra naturaleza, era la propia conquista de sí mismo:
“Mirad, en paz, en su momento, ha sido conducido, restituido, hasta la Eneada, entre sus ancestros. El ha pacificado los dos combatientes (Seth y Horus) guardianes de la vida. Ha creado su propia felicidad, trayendo sus ofrendas ha pacificado a los dos combatientes, con lo que les pertenece. Ha hecho cesar el grito de los guerreros, ha puesto fin al escándalo entre los niños, ha secado las heridas de las almas”. (rec.110)
El candidato ha sabido pues conjugar en su interior los pares de opuestos, los eternos luchadores dentro de nosotros, y por eso ha alcanzado otra vez el lugar de los orígenes, entre los ancestros, antes de que nada existiera, aún antes de que el mal del mundo hubiera aparecido:
“He venido hasta aquí antes que existieran los cedros y que las acacias del Nilo hubieran nacido, antes que la tierra produjera los tamariscos” (rec.125). 
La momificación tenía propósitos muy determinados y nunca fue pensada como un método generalizado. Su fin era mantener los lazos de los seres sobrehumanos, héroes y santos, en conexión directa con Egipto, de la misma manera que hoy se reza a los santos cristianos y se les dedica ermitas y lugares consagrados, donde se les rinde culto, se les ofrenda y se les pide auxilio o curación de las enfermedades. 

Lázaro, la momia en la tumba
La cristiandad misma durante mucho tiempo celebró sus oficios, a imitación de los antiguos egipcios, en las catacumbas, y no por motivos de persecución, pues como puede atestiguarse, el uso de las catacumbas fue previo y posterior a las épocas de persecución. En dichos recintos no aparecía la figura del crucificado, sino que era Lázaro, vendado como una momia, y saliendo de la tumba, quien aparecía pintado sobre las paredes. Ante él se celebraba el ágape, donde los muertos y los vivos participaban de la comida sagrada, tal cual se hacía en Egipto.

El cuerpo fue pues considerado por los antiguos egipcios como algo perecedero, a veces representado con el determinativo de un pez con el cuerpo colgando, expresando así la misma esencia del mismo: lo corruptible.

Continuará