jueves, abril 16

La jungla de los Dioses Egipcios y el Hacha 01 - Los Neteru

Los Neteru


Antes de tratar de entender el significado de los dioses del Antiguo Egipto, habría que aclarar el sentido del jeroglífico que los representa. La palabra que se suele traducir por “dios/dioses” es “neter/neteru”. Su significado no está aún clarificado y el símbolo que lo representa ha sido interpretado de muchas maneras. 

Se pensó que pudiera tratarse de un hacha, pero también se propuso, y parece ser la idea más aceptada últimamente, que el dibujo representa un banderín. La razón del cambio de opinión está en que dado que el símbolo implica la presencia de algo, se cree que representa un banderín sobre una estaca, señalando el lugar donde se aparece dicha presencia divina. Si además tenemos en cuenta que el significado como “hacha” no tiene sentido para los egiptólogos, entenderemos por qué fue adoptada esa opinión por la mayoría, aunque no todos.

Sin embargo tendrían que explicar por qué en el Museo Egipcio de El Cairo, justo al lado de la sala de Tutankhamón, aparecen en las vitrinas varias hachas ceremoniales, ricamente ornadas, y justo al lado pequeñas hachitas de plata y oro, especie de condecoración o amuletos. En la tumba de Ptahotep en Sakkara puede observarse las mismas hachitas colgadas del cuello en varios de los dignatarios y ofrendantes. También hay que señalar las hachas que aparecen en las manos del faraón y los guerreros en varias representaciones de batallas, en las que podemos ver que la forma de dibujarlas es exactamente la misma que en el jeroglífico. En Karnak, cerca de la entrada que lleva al templo de Mut, podemos ver en los arquitrabes cercanos a las columnas, representaciones del mismo objeto, pero a mayor tamaño y más detallado. Allí se puede apreciar la presencia de un encastre para la hoja metálica y el afilado en dos vertientes de la misma. Por contra no podemos ver en ningún lugar representaciones de banderines tales como los que se proponen. Indudablemente el jeroglífico representa un hacha. Otra cosa es tratar de penetrar en su significado.


¿Encontramos símbolos similares en otras culturas? Si, ciertamente, pues es uno de los símbolos más universales, quizá por su contundencia, o porque fue una de las primeras armas utilizadas por el ser humano, quizá incluso por su asociación como herramienta de trabajo con el rayo que corta fulminando las ramas de los árboles. Es curioso que durante largo tiempo, en la Edad Media, se considerasen los restos encontrados de puntas de flechas y hachas procedentes de la Edad de Piedra, como piedras caídas por medio del rayo.

En China se encuentran las hachas sagradas, así como en la India y entre los griegos y romanos, en la cultura cretense es quizá uno de los símbolos principales, también en los países nórdicos donde adopta otras variantes como el martillo de Thor, o entre mayas y aztecas, y entre los indios norteamericanos donde se asocia, como en otras culturas, a la guerra sagrada: la guerra interior. Su asociación con lo divino no es por tanto extraña.


En cuanto a la palabra “neter” su traducción por “dios” no sólo es incorrecta sino que lleva a confusión. Así encontramos en los textos que los “neteru” (plural de neter) pueden morir, pueden ser hombres vivos, que a veces llevan dicho título, conforman cofradías e incluso hay divisiones o categorías. Como ya se mencionó anteriormente, no solo podemos ver a dignatarios portando dicho símbolo sobre el pecho, sino también algunos que llevaron asociada dicha palabra a sus títulos o nombres.

Por “neter” y su símbolo, el hacha, tenemos que entender algo parecido al “numen” romano, una entidad con poder “divino”, que no es necesariamente un dios, que se oculta detrás del fenómeno, del lugar de aparición, de la estatua o que incluso de hecho puede ser un dios, pero sin descartar la existencia también de hombres “neteru”.

En las traducciones modernas del Libro de los Muertos aparece muchas veces la palabra dios o dioses como traducción de neter/neteru, pero no siempre significa lo que entendemos por ello, sino que a veces se trata simplemente de seres humanos superiores, poderes espirituales, o incluso iniciados, y otras veces designa específicamente a un dios, Thoth, Ra o Isis, pero incluso en este caso “un dios” para los egipcios no es más que una expresión de la Divinidad Una.

Los diferentes dioses aparecen en los distintos textos con mayor o menor frecuencia y como  entidades con mayor o menor peso. Normalmente se suele atribuir estas diferencias a la influencias de castas sacerdotales, a períodos en que el poder estuvo más relacionado con uno u otro de los centros de culto más importantes. Sin negar totalmente lo anterior, no hay que olvidar que los dioses egipcios son entidades que representan “adjetivaciones de la divinidad”, como los 99 nombres de Dios en el Islam.

Se trata de un lenguaje teológico, y como todo lenguaje posee nombres, adjetivos, verbos, etc. Y ello permite la construcción de frases variables, alegorías, paralelismos, etc. Así yo puedo decir “la fresca mañana llegó” o “llegó la mañana con su frescura” o “el fresco amanecer”, o “la frescura de la juventud es como la del amanecer”. De la misma manera podré decir Atum, o Ra, o Atum-Ra, o Amón, o Amón-Ra, o Ptah-Osiris-Sokar. Y ello no significa que el número de dioses fuese infinito, sino que la multiplicidad de aspectos de la divinidad y los principios naturales podían ser combinados y enfocados desde diversos ángulos. Nos encontraríamos pues ante el mismo fenómeno que se da en los países cristianos respectos a los templos dedicados a las distintas advocaciones de la Virgen María.

Por consiguiente decir que la importancia de un dios en un momento determinado se trataba exclusivamente del resultado de las  influencias sacerdotales de Heliópolis, o de Memphis, o de Tebas, en una especie de lucha de poderes entre estos cultos, es sólo la consecuencia de una visión distorsionada desde nuestro siglo, donde las religiones se auto titulan como las únicas verdaderas y toda otra religión es en todo caso un mal menor que se permite, una equivocación que se consiente en aras de satisfacerse en un falso sentido de tolerancia: “Observa que tolerante somos, aún poseedores de la verdad, permitimos al prójimo equivocarse, porque sabemos que al final vendrá a nuestro redil”. O algo así.

Continuará