jueves, mayo 14

Alma Grande, Alma Viva 04 - El Baile de un Guerrero y el Canto de un Ruiseñor

El Baile de un Guerrero
y el Canto de un Ruiseñor


-Y qué me dices Zander de las danzas guerreras que subsisten, también usan el tambor y la flauta...

Zander, embargado todavía por el entusiasmo de la danza, hizo aparecer en su mano una bola de cristal, y acercándola ante mis ojos, me invitó a mirar dentro.

-Ven conmigo, asómate a esta ventana mágica y mira:

“Había observado que aunque eran campesinos ciertamente pesados y rudos en sus movimientos, al  llegar la noche, alrededor de las fogatas, sus cuerpos los transformaban en danzantes del fuego: entonces, a pesar del cansancio, como serpientes que despertaran ante el sonido de la flauta, se levantaban para bailar una y otra vez, con los bastones de madera propios de la gente del Sur, blandiéndolos sobre sus cabezas, girando en sus manos vertiginosamente, mientras sus pies incansables saltaban una y otra vez al ritmo de los tamboriles. Los caballos les seguían en sus juegos, y danzaban también levantando sus patas alternativamente, sincopadamente, en una extraña danza guerrera aprendida en los misterios de la sangre que corría por sus venas desde milenios atrás.


Siguiendo de cerca, los pequeños tamboriles junto a las grandes panderos de grave sonido, replicaban a los juegos de la cuerda, de tal suerte que la cascada de sonidos creaba la ilusión de un torrente de caballos corriendo alegres, marcando con sus patas los tonos profundos del corazón y la alegría de las palmas, sobre un fondo dibujado por la melodía del laúd. El sonido continuo de los crótalos, anunciaron la llegada a un remanso, donde los músicos ecuestres dieron reposo a sus caballos imaginarios, cambiando los sonidos de carrera por los del paso largo y elegante impuesto por un jinete enamorado delante del balcón de su dueña. Uno de los músicos entonces, dejando a un lado el laúd, cerró los ojos y colocando la mano derecha junto a su oído, comenzó a desgranar una canción de amor.
Entre dos palmeras
esta noche han madurado 
los dátiles del amor.
La luna, envidiosa, se asoma
para contemplarnos.
Al viento, entre dos palmeras,
nos amamos tu y yo...


Las cadencias lentas de la música, atrajeron hasta el centro la danza de una bella velada, de ojos verdes y cabellos de fuego. De linos rojos el cuerpo ajustado, de ajorcas de oro encadenada, de tobillos atrapados por anillos de lapislázuli, amarrada la cintura de cintas plateadas, no fueron suficientes grilletes para sujetar los brazos de serpientes, ni las manos de conjuros mágicos llenas, ni las caderas ondulantes como bajeles movidos por las olas del mar, ni las piernas anaranjadas como el resplandor de brasas ardientes. ¿Qué extraño lazo aún unía el pasado con el presente? Como entonces había un laúd, y las manos extendidas al frente chocaban entre si de la misma manera. El músico cantor sentado, con ojos cerrados, con la mano junto al oído para afinar bien la voz, no se diferenciaba de los antiguos cantantes retratados en las paredes de los templos. Las cintas en las caderas de las bailarinas, marcando el punto de inflexión estética, aparecían como única indumentaria en las bailarinas desnudas del pasado, así como en las cubiertas de velos del presente, velos que mas que cubrir mostraban sugerentes, de otra forma, el bello misterio del cuerpo. Las mismas flores colgaban del pelo, engarzadas en diademas y, sobre todo, los mismos ojos amplios, enmarcados por largas líneas dibujando las cejas. Como entonces también, cuando la melodía cesaba, para dejar paso al grave retumbar de los tambores, ritmos nubios, ritmos sólidos del África negra, se entrelazaban con los arabescos orientales.” 
(Los 7 pasos de Osiris- Juan Martín)

-¡Basta ya Zander! –dije malhumorado – El tema de este artículo es el Alma, y pase que me dedique a hablar del alma egipcia, pero tu te empeñas en enseñarme folclore, en hablar de danzas árabes...  estamos muy lejos del tema...

-Juan cálmate, ¿cómo quieres hablar del alma si no la puedes ver en acción? Además, esas  precisamente no son danzas árabes, sino egipcias, si lo sabré yo... 

-Bueno, eso es muy relativo, el Alma se puede observar en el mundo de lo inteligible.

-¡Paparruchadas¡ Sabes que te digo...

No pude soportar más, salí de la habitación dejándolo con dos palmos de narices más añadidos al largo contorno del pimiento con el que respiraba. Era un gnomo a una nariz pegado... como Quevedo decía.

Me dirigí pues a los alrededores tratando de disipar los vapores del malhumor que me embargaba,  mientras que maldecía la hora en que dejé al metomentodo de Zander dar su opinión siempre inmoderada. Después de unos minutos caminando, con los ojos bien abiertos como siempre, observando las caras de la gente, y los lugares populares que, aunque conocidos, nunca dejan de sorprenderme en esta tierra bendita, divisé un viejo cafetín, uno más entre los miles que se caen a pedazos en esta ciudad donde lo único nuevo es el amanecer, y, aún así, es algo también repetido...


Me acordé entonces de Platón, en la República y en las Leyes dice sobre los egipcios que su música era invariable, que fue fijada desde los tiempos más remotos. Y en verdad aún es así, todavía hoy en día, después de más de cuarenta años después de su muerte, la Reina de la canción egipcia, Oum Koulthoum, sigue siendo la número uno.


Aquella reina sin trono, que cantaba canciones con títulos tan sugestivos como “Las Mil y una Noches”, cada Jueves, como un rito nacional, reunía a todas las familias enfrente del televisor o, aún más frecuentemente, alrededor de un viejo radio. Había conquistado a todos los egipcios, porque ella misma era su Alma.

Religiosamente sentados juntos y en silencio esperaban a que la pequeña campesina, la pequeña novia del pueblo de voz profunda y poderosa, ya convertida en la Dama de Egipto, desgranara las notas de interminables canciones que sumergían a cada egipcio en un mundo mágico, lejano, lleno de sentimientos nostálgicos y de corazón. El país entero se paralizaba, las calles quedaban desiertas, porque Egipto entero se estremecía con la voz de su Alma.
Esperándote estoy
sujetando el fuego dentro de mi pecho
apoyadas las mejillas en mis manos
los segundos contando hasta tu llegada...
Haciendo realidad la letra de la canción, vergonzosos por naturaleza, esperaban la excusa de la divina voz, para mecer su cuerpo, para llorar, para levantar los ojos hacia un paraíso que sólo ellos podían ver. Durante más de media hora, los versos de Omar Khayan, despaciosamente conducían al trance a la audiencia. ¿Existe algo así en el mundo? ¿Un país suspendido entre la tierra y el cielo escuchando los versos cantados de un poeta en la voz de un ruiseñor?...

(Continuará,  si Dios quiere...)